¿Fútbol o salvajismo? A día de hoy, la respuesta parece evidente. El deporte queda relegado ante la presencia persistente de la barbarie y de la sinrazón.
El botellazo que recibió anoche Juande Ramos, entrenador del Sevilla, en el coliseo bético no puede considerarse un lance aislado. Se trata de un incidente habitual en los estadios de fútbol.
Resulta irrefutable que las directivas de las dos históricas entidades sevillanas se han dedicado en las últimas fechas a caldear el ambiente. Mas resulta también palpable que ningún directivo del Betis ni del Sevilla han cometido ningún acto de agresión física.
El que golpeó con una botella al técnico sevillista fue un aficionado extremista. No se puede culpar ni a Del Nido ni a Ruiz de Lopera, ni al Sevilla ni al Betis. Ahora bien, los dirigentes de los clubes tienen la obligación de actuar con sentido común y sensatez. Han de dar ejemplo y no mostrar un fanatismo exacerbado.
El sujeto que lanza objetos a un terreno de juego con la intención de menoscabar la integridad física de algún individuo del bando opuesto no merece otro calificativo que el de energúmeno violento. La preocupación adquiere tintes alarmantes porque el fenómeno ocurrido anoche es en la actualidad muy común. Un número elevado de sujetos acuden con frecuencia a recintos deportivos a desfogarse; a insultar y a vociferar al contrario y a los árbitros; a dar rienda suelta a una violencia que, por fortuna, no suelen destapar durante el resto de minutos de su vida.
Ahí, radica el problema. Los acontecimientos deportivos son para vivirlos, para disfrutarlos, para sentirlos. Pero nunca para comportarse como auténticos salvajes. Al que no le agrade el fútbol, que permanezca en su morada. Y al que destile violencia, que se lo haga mirar. Pero, eso sí, que no acuda a lugares públicos a exteriorizar su ira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario